Los métodos anticonceptivos que puedan ocasionar algún tipo de efecto secundario en los hombres siempre se han dejado de lado: son las mujeres quienes deben encargarse de no quedarse embarazadas.
Ha costado siglos plantearse siquiera el hecho de que un hombre pueda tomar una píldora para frenar sus espermatozoides; no obstante, esta idea ha quedado en la sombra por falta de pruebas ante su efectividad y, por supuesto, por falta de apoyo por las grandes farmacéuticas.
No es de extrañar que las grandes potencias mundiales de fármacos se opongan a tal avance si consideran que no van a hacer negocio: ''de toda la vida la píldora es para la mujer, eso no da dinero''. Tampoco es de extrañar que estén lideradas por hombres socialmente privilegiados que no consideran que un embarazo es responsabilidad de dos personas.
Las repercusiones sociales que implican las píldoras masculinas son igual de difíciles de erradicar que los efectos secundarios que puedan provocar. Más allá de la ciencia y sus avances, la normalización de la implantación de la igualdad desde la base hormonal de cada persona es algo que debemos organizar entre todos. La educación sobre sexualidad y fertilidad abre el camino a este tipo de avances tan necesarios.