Desde el principio de los tiempos ha existido la práctica de las matronas cuyo papel principal era ayudar en los partos. La primera referencia a esta profesión aparece en la biblia, las comadronas hebreas gozaban de prestigio y frecuentaban las casas y palacios de altos mandatarios.
En el antiguo Egipto tanto el médico como la comadrona eran profesiones libres y de gran prestigio y su formación estaba basada en la experiencia que adquirían al lado de otro profesional más experimentado. El estatus social de la mujer era alto, eran independientes, social, legal y sexualmente y no estaban discriminadas en el mundo de la medicina. Fue aquí donde gracias al desarrollo de la escritura se impulsó el conocimiento ginecológico y obstétrico.
La medicina griega utilizando los conocimientos egipcios sobre embarazo y parto y la alta consideración de las comadronas que tenían alto reconocimiento social pero la ley ateniense obligaba a que las matronas hubieran sido madres y no estuvieran en edad de procrear. Por otra parte tenían un alto grado de formación y eran consideradas médicos femeninos.
Durante la edad media las matronas en Europa se hicieron importantes para la iglesia debido a su papel en los bautismo de emergencia, por lo que, comenzaron a ser reguladas por el derecho canónico de la iglesia católica. Se formaban acompañando a otra mujer con más experiencia y edad e iban pasando los conocimientos de madres a hijas, con lo que comenzó el desprestigio de la profesión ya que además tenían conocimientos sobre métodos anticonceptivos y abortivos.
Pero en el renacimiento la obstetricia comenzó a formarse como una especialidad y supuso un enfrentamiento con la clase médica por lo que acabaron siendo marginadas a pesar de su resistencia.
En el siglo XVIII se regularon los estudios de cirujanos y matronas.
La primera formación recogida de matronas en España data de 1790 pero no llegará la verdadera profesionalización de la obstetricia hasta el siglo XX.